Dubai

La escala en Dubai deberia de haber sido de  dos horas pero por el lio de la reserva de los billetes se ha convertido en ocho, por lo que decidimos salir a conocer la ciudad .

 Ya el aeropuerto es un culto a la ostentación, con enormes cascadas de agua, palmeras de espejos o una ristra de cinco ascensores cada uno de 120 plazas, al igual que el aeropuerto, unas dimensiones enormes que no se corresponde con el volumen de pasajeros que se veían. Como gran detalle de ostentación, un montón de relojes en las paredes nos daban la hora luciendo su famosa coronita que da símbolo a la marca Rolex, sinomino de lujo y alto precio.



Tomamos el moderno metro hasta el centro de la ciudad, donde nos bajamos, nos hicimos unas fotos y nos volvimos a montar, pues  a pesar  del calor es un lugar muy frío, sin tiendas, ni bares, sin vida, eso si, con unos rascacielos espectaculares. Nos volvimos a meter en el metro en plena hora punta y vimos varias cosas curiosas, por ejemplo que hay zona de primera clase donde nos quisimos colar y no nos dejaron, que las mujeres con sus hijos entran ordenadamente por una puerta, vigilada por una guardia de seguridad y los hombres por otra, todos en  tropel sin esperar a que salgan primero. Dentro es muy limpio y la gente muy correcta pero silenciosa, no habla nada y tampoco cede el asiento a nadie. En una cafeteria donde desayunamos, nos atendió un joven marroqui amabilisimo que hababa español sin haber estado nunca en nuestro país.

De vuelta al maravilloso aeropuerto, nos tiramos sobre unas tumbonas que tienen a modo de balneario, todo un detalle.

En Dubai se ve gente de todas las razas, desde árabes, con su blanquisima chilaba, hindues, filipinos e incluso nuestro amigo marroquí. Los edificios son grandiosos, con muchas torres pegadas unas muy cerca a las otras como si fuera nueva york, pero le falta gente paseando por las calles, niños en los parques, en fin vida.