martes, 26 de marzo de 2013

Mis historias de Prem Dan


Por Carmen

Hoy quiero hablaros de mi corta pero intensa experiencia como voluntaria en la casa de Prem Dam.

Maite tendiendo la ropa. Es un trabajo para gente de altura.
En la primera parte del horario de trabajo en Prem Dam se lleva a cabo la tarea del lavado de ropas: sábanas, paños y vestidos de las internas. Es un trabajo necesario y, aunque estamos deseando terminarlo para empezar cuanto antes la labor con las personas, es también gratificante, pues la cadena humana que se forma entre las voluntarias es una de las realidades que hacen importante nuestra presencia allí. Algunas personas me comentaban antes de nuestra partida a Calcuta  cosas como: “… total, en una semana, poco se puede hacer…”; “no hace falta irse tan lejos, aquí hay muchas cosas en qué colaborar”… y no sabía muy bien que contestar, pues en el fondo yo misma me cuestionaba algo similar. Pero una vez allí, lo comprendí, y ahora les diría, que una cadena a la que le falte un eslabón se rompe y pierde su función. Cada voluntario en Calcuta es un eslabón de una gran cadena de caridad y solidaridad, todos y cada uno necesarios para que el día a día de las casas vaya adelante, ya sea lavando ropas, acompañando a las personas al -vamos a llamarle- baño, dándoles agua y comida,  masajeándolas con crema, haciéndolas reir o llorando con ellas… Ser un eslabón es algo pequeño, es cierto, pero unidos por una misma causa, en una misma fe… se pueden hacer cosas tan grandes…


Con la ropa tendida en la azotea, comienza el trabajo con las internas. Hay una gran sala en la planta baja del edificio llena de camitas estrechas, de estrechos colchones y estrechas almohadas. Conté 76. Y en el exterior de la sala dormitorio,  un porche con mesas y sillas, donde las internas con movilidad comen y pasan el rato. La mayoría de las voluntarias se quedan en el porche: les pintan las uñas, les dan masajes en los brazos con cremas, mientras ellas les estiran sus miembros buscando el mimo de la caricia, les dan agua, las ayudan a ir al baño y les acercan los platos de comida o las ayudan a comer… El idioma no es un problema, la sonrisa y la mirada son un lenguaje universal…
Isa y yo determinamos atender el ala de las encamadas: una pequeña sala con 6 camitas y otras 3 camas de la sala grande pegada a esta pequeña y abierta con 3 ventanas.
Es curioso cómo se evoluciona: el primer día en que entras allí te sientes perdida, no sabes cuál es tu tarea, qué debes hacer, donde están las cosas, no te entiendes con el idioma, o simplemente no hablan, sientes miedo e incluso asco… porque todo es muy básico y primitivo en Prem Dam… tan distinto de nuestros civilizados y tristones países; y cuando te vas, en tu último día, te das cuenta de que has establecido vínculos con las personas que has cuidado; que lo que no entendías antes, es ahora evidente; que siempre hay otra voluntaria que te ayuda con lo que tú no sabes, y tú haces lo mismo con la siguiente… Ya sabes cuándo cambiar de postura a la encamada, como hacer que coma más a gusto, cuando has de ponerle la cuña, o cambiarle la ropa, o darle un poco de té…
Entiendes que a Dolli le gusta hablar sin parar aunque sabe que no la comprendes, que de vez en cuando se queja de algún dolor en su brazo inmóvil, que quiere que la lleves a hacer pis, y que cuando le haces “cu-cu” desde el otro lado de la ventana, sonríe porque se siente única para ti en ese momento.
 Sabes que Bula, que necesita un andador para caminar, es presumida y simpática, que le gusta repetir lo que le dices, que le mandes levantar los brazos y le insinúes unas cosquillas, muriéndose de risa, le encanta que le pidas que te haga de intérprete para entender lo que otras mujeres te dicen; yo le digo que es mi “teacher”, y ella se siente muy importante. Le digo que mi nombre en Indi es “Cobita” y ella me presenta a una compañera que se llama como yo y que está encantada de tener una tocaya blanca: 2 Cobitas, una pequeña y otra grande, reímos…
Sabes que la anciana de la primera cama, necesita de tu fuerza para pasar de la silla a la cama, y que te bendice con una cruz en tu frente cuando le colocas otro almohadón, y cuando al pasar por su lado le sonríes y le acaricias la cara, su sonrisa es mucho más bonita que un campo de amapolas, y te entristeces al ver la segunda cama vacía una mañana al llegar y ella te dice con gestos muy evidentes que su compañera se ha ido al cielo aquella misma noche.
Y la joven del pie vendado, que no sabemos muy bien qué tiene, más piel que huesos, que no quiere salir al exterior, pero que agradece tomarse su taza de té contigo sentada a su lado en la cama, y que el sábado está más contenta que otros días porque espera que venga a verla su marido… aunque no vendrá.
Y la chica de los ojos más tristes del mundo que, a saber lo que habrá pasado, no puede separar sus piernas y se arrastra por el suelo para ir de un lado a otro. Una sonrisa de ella es un tesoro. Era la preferida de Isa, que sufría con ella aún no sabiendo que era lo que le causaba tanto dolor.
Más mujeres sin nombre, unas quemadas, otras mutiladas, otras ancianas, otras ciegas… cada una con su sufrimiento…

Carmen y Maite en un momento de descanso

Pero ante todo, estaba Patricia, mi dulce Patricia. Nunca había visto a alguien tan delgado y tan débil. Abrir los ojos era ya un esfuerzo, mover las manos para rascar su cabecita, un sufrimiento. Sus nalgas llagadas, sus piernas contraídas, su piel reseca, su edad indefinida… Pero parecía una dama, refinada y digna,  en aquella cama. El primer día que estuve con ella no entendía nada de lo que quería y ella no me entendía a mí, y aún así me hacía saber con su mirada y pequeños gestos de asentimiento, que agradecía mi esfuerzo por ayudarla. Ella entendía el inglés, aunque no tenía fuerzas para hablar, y yo lo hablo tan poco y mal! Cada día que fue pasando, su situación clínica fue empeorando y nuestra relación creciendo: comía todo lo que yo le daba, creo que más por satisfacerme a mí que por su propia necesidad, respondía a mis caricias con un casi imperceptible apretón a mi mano, y al oír su nombre de mi boca movía las comisuras de su boca tratando de sonreírme. El penúltimo día la incorporé un ratito, para que no sufrieran tanto sus heridas, y la rodeé de almohadones para mantenerla sentada, pero como su cuerpecito no se sostenía, me senté tras ella y la recosté sobre mi cuerpo. Le canté bajito una nana y ella reposó serena y abandonada apoyada sobre mi. Pensé en mi madre, en cuánto la quiero, en cuánto me quiere, y recé a Dios por ella y por Patricia. Lo más duro fue despedirme de ella en mi último día: ese día estuvo muy adormilada y yo no quise molestarla al llegar, así que cuando después de un rato de estar a su lado un ruido la sobresalto, abrió uno de sus ojos, y me vio. Me emocionó que me reconociera y se alegrara tanto de verme, y extendió su mano para tomar la mía y cerró nuevamente los ojos. Le di de comer, esta vez sólo media ración, pero con todo su esfuerzo por hacerme la tarea fácil, y otra vez se durmió. La desperté suavemente para despedirme: no quería que al día siguiente, que yo ya no estaría, pudiera pensar que ella no había significado nada para mí, así que tenía que decírselo. En mi pobre inglés le dije: “Patricia, hoy es mi último día aquí. Mañana no estaré, pero te llevo para siempre en mi corazón. Te quiero”. Y ella, quitándose minutos de vida por el esfuerzo que le supuso, cogió mis dos manos entre las suyas y las apoyó en su corazón. No pude contener el llanto. La besé y me fui.
Hay sufrimiento en  Prem Dam, pero no hay tristeza. Dios está allí. Él nos dijo que estaría con los más pobres, con los más enfermos, con los más sufrientes… y yo lo vi.

3 comentarios:

  1. ¡Que emocionante articulo!. Hoy que es el día de tu cumpleaños y sin embargo hoy nos has hecho un regalo tu a todos los lectores de este blog.
    ¡Muchas felicidades Carmen!

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  2. Querida Carmen, te escribo aunque no sea con mis manos, Irene me ha dejado las suyas. Soy Praticia, tu amiga de Pren Dam. Te escribo para darte las gracias por estar a mi lado, por acompañarme en parte de mi convalecencia. Gracias por cuidarme con tanto amor y como si fuera tu madre. Gracias por darme de comer tan despacito y con paciencia, gracias por envolverme en almohadas blanditas y cantarme al oído. Nunca me habían cantado con tanta ternura. Tienes una voz muy bonita.En aquellos días hiciste mi vida un poco más alegre, respirar se hacía más fácil al recibir tantos regalos: tu sonrisa, tus suaves manos, tu actitud, tu disposición, tus canciones y tus caricias. Te estaré eternamente agradecida y nunca te olvidaré. Rezaré por tí, un alma bella, para que puedas seguir regalando tu amor y dando vida a los más necesitados. Te quiere mucho,Patricia

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  3. Mi querida Irene:
    ¡cómo me has tocado el alma! No he tenido fuerzas para escribirte antes, de lo impresionada que me quedé con tu carta... Muchas gracias por entenderme, y por hacerme saber que me has entendido... Tal vez, seguramente, Patricia ya estará a salvo en la presencia de Dios, y te estará mirando con ternura, agradecida, por ser tú sus manos y poner palabras a sus pensamientos... Yo jamás olvidaré tu gesto. También a ti te llevo en mi corazón. Te quiero mucho. Carmen

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