No puede haber mejor
comienzo: 6 de la mañana, y con las primeras luces del día nos reunimos para la
Misa de Ramos en la Casa Madre. Las monjas repartieron a cada uno ramitas de
palmera, que fueron benditas antes de ir en procesión desde el patio hasta la
capilla de la planta superior. Allí la imagen de Madre Teresa, tan sencilla
como ella, ocupa su pequeño espacio, pero lo llena todo. El silencio es
respetuoso; todos los voluntarios a un lado, oyendo los cantos de las hermanas
que suena como una sola voz, rezando cada uno en su idioma, una misma oración.
Jesús entra en Jerusalén entre aclamaciones y nosotros, en
Calcuta. La ciudad está muy viva, con gente de incesante devenir moviéndose
como hormigas, llena de calor, de olor, de color, de pobreza, de sonrisas… La
entrada a la Calcuta de Jesús, a una verdadera y presente Jerusalén.
Hoy no hemos tenido demasiada suerte y no nos han asignado
trabajo para esta mañana y sin embargo ha pasado algo increíble, pues
hemos podido cantar la oración de Madre
Teresa que compusimos en Roma en su honor y que ella rezaba a diario. Ahí,
frente a su tumba, con timidez y respeto, y como audiencia Sister Linn, una de
las superiores de la orden, que amablemente nos permitió cantar y además nos
escuchó emocionada, de rodillas apoyada en la tumba de su “Madre”… ¡es de esas
pequeñas cosas! No se borrará jamás de nuestro recuerdo.
Allí han estado todos y cada uno de los Janeiros, nuestras familias, nuestros amigos, nuestras cruces misioneras enredadas entre sí. Sólo por ese momento ya ha merecido la pena cargar con nuestras viajeras guitarras, y por esto le damos gracias a Dios.
Hemos aprovechado la mañana visitando la ciudad, viendo sus
gentes, su forma de vida, intentando comprender… guiados por nuestro amigo
Totan. No se nos borra la sonrisa de la boca a pesar de la suciedad y la miseria ¿Qué tiene Calcuta? ¿Qué vio en
ella Madre Teresa que la enamoró hasta su muerte? ¿Qué significa para nosotros?
¿Qué podemos hacer aquí? ¿Qué hacemos aquí?
A las tres, puntuales, nos presentamos de nuevo en busca de
trabajo, pero lo más que encontramos
fue una visita a la casa de Sushi Bavan con los niños mal llamados desamparados.
No, puede que estén enfermos, inválidos, ciegos, mal formados, pero no están
desamparados. Al entrar nos quedamos algo abrumados por la realidad que
visualizamos. Niños pequeños que no se sostienen en pie, algunos tumbados en
alfombras, otros en sillas, otros en cunas colocadas en filas y columnas como
un dámero. Varias cuidadoras se encargan de ellos, de sus pañales, de sus
medicinas, de sus comidas, y los voluntarios intentamos ayudar aunque no
sabemos muy bien cómo. Poco a poco nos fuimos metiendo en harina y acabamos la
tarde mezclados con ellos, abrazándoles, acariciándoles, cogiéndoles en brazos,
jugando a la pelota, riendo con ellos, ayudándoles a comer. La primera
impresión fue desagradable, pues parece una injusticia que pueda haber niños
así, pero las hermanas han visto en ellos a Jesús y nosotros también. ¡Qué suerte!
Hemos tenido en brazos a Jesús, le hemos hecho reír le hemos dado de comer,
hemos decidido ir allí todas las tardes, si Jesús esta tan cerca, ¿cómo vamos a
dejar de ir a verle?.
Carmen
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